Paquidermos desmemoriados
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Coleccionaba elefantes con la trompa hacia arriba.
Le daban suerte, decía.
Y mientras llenaba su casa de paquidermos tallados en diferentes materiales,
su vida se vaciaba,
se desdibujaba,
se deshacía, se desordenaba...
Hasta convertirse en un borrón.
En una maraña enmarañada de recuerdos olvidados,
ininteligibles hasta para el elefante con mayor memoria de la tierra.
Qué paradójica es la vida,
años coleccionando el símbolo de la memoria,
para acabar perdiendo la suya a cada minuto que pasa,
para acabar conservando apenas su nombre.
Lo demás no existe,
o sí,
pero está en otras cajas,
lejos,
o en otros códigos.
Yo no lo sé,
solo lo sabe ella, que no recuerda las palabras para comunicarse conmigo,
que no me recuerda a mí,
o al menos no lo que somos,
quizá sí mi esencia.
Ella que ya no es quien fue,
nosotras que no somos lo que fuimos.
Ahora soy yo la que aprende a buscar el código para llegar a ella desde otro sitio.
Como diría Rosalía,
tengo su mirá, su mirá clavá.
Y no me la quito.
Y tampoco su sonrisa, cuando en esa mirada perdida de repente encuentra mis ojos
y me ve,
a mí,
sin ni siquiera saber quién soy.
Es extraño, y duele.
Pero es.
Le daban suerte, decía.
Y mientras llenaba su casa de paquidermos tallados en diferentes materiales,
su vida se vaciaba,
se desdibujaba,
se deshacía, se desordenaba...
Hasta convertirse en un borrón.
En una maraña enmarañada de recuerdos olvidados,
ininteligibles hasta para el elefante con mayor memoria de la tierra.
Qué paradójica es la vida,
años coleccionando el símbolo de la memoria,
para acabar perdiendo la suya a cada minuto que pasa,
para acabar conservando apenas su nombre.
Lo demás no existe,
o sí,
pero está en otras cajas,
lejos,
o en otros códigos.
Yo no lo sé,
solo lo sabe ella, que no recuerda las palabras para comunicarse conmigo,
que no me recuerda a mí,
o al menos no lo que somos,
quizá sí mi esencia.
Ella que ya no es quien fue,
nosotras que no somos lo que fuimos.
Ahora soy yo la que aprende a buscar el código para llegar a ella desde otro sitio.
Como diría Rosalía,
tengo su mirá, su mirá clavá.
Y no me la quito.
Y tampoco su sonrisa, cuando en esa mirada perdida de repente encuentra mis ojos
y me ve,
a mí,
sin ni siquiera saber quién soy.
Es extraño, y duele.
Pero es.
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