Impulso

6
domingo, febrero 23, 2014

Las manecillas del reloj llevaban semanas en la misma posición. El café se había quedado helado hacía horas, tantas como vueltas no había dado ese reloj.
Había perdido conciencia del tiempo y del espacio, suponía que estaba en su casa. Otra vez me había despertado con las correas puestas, aún no había entendido que no me iría a ningún sitio, que realmente no tenía a donde ir.
Me quería, me quería tanto que estaba celoso hasta de que una esponja pasase por mi cuerpo y no fuesen sus manos. Le gustaba mirarme respirar, decía que era precioso ver el baile de la vida entrando y saliendo de mi cuerpo.
Me quería, y me lo demostraba cada día cuando me desataba las correas y me peinaba. Le gustaba peinarme y ponerme guapa para él.
 No recordaba cuánto tiempo llevaba así, había olvidado mi nombre, ni siquiera sabía el suyo. Pero me gustaba que alguien me quisiese, aunque fuese a su manera, aunque fuese una muñeca de trapo que vivía por y para lo que él quisiera.
Era un trofeo en su vitrina. Pero me quería, y eso me bastaba. 
Mi vida se había convertido en un apéndice de la suya, todo giraba en torno a él.
Pasó el tiempo, no sé cuanto, y dejó de peinarme y de vestirme, incluso de ponerme esas correas que me ataban a él. Él sabía que yo hacía mucho tiempo que había dejado de ser libre, me había sometido por voluntad propia y siempre creí que ya no había vuelta atrás, pero siempre hay vuelta atrás.
Un día dejó la puerta abierta, la miré de reojo. Mi fuero interno me gritaba que corriese y saliese huyendo a recuperar mi vida, a darle cuerda a mi reloj. Mi fuero externo permaneció en el mismo sitio en el que estaba, como un florero que sostiene una flor marchita. Puede que no fuese feliz, pero era más fácil así, no sabía como empezar a construir una vida desde cero.
Pero nunca tomé yo las decisiones, la puerta siguió abierta, hasta que un día la cerró tras de mí y pasé a ser esa muñeca rota, destronada por los regalos nuevos de navidad.
Esa pieza rota que no encaja en ningún sitio. Y toqué fondo. Y justo en ese instante en el que mis pies tocaron ese fondo, ese que todos pensamos que no existe, recordé mi nombre y mi reloj volvió a girar. Porque cuando tocas fondo, lo único que puede pasar es que te impulses hacia arriba.


6 comentarios:

  1. Simplemente GENIAL! :) y el último párrafo PERFECTO! Piel de gallina

    ResponderEliminar
  2. Esta entrada no es de "Nueve semanas y media"?

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  4. No, esto lo he escrito yo. No he leído ni visto Nueve semanas y media.

    ResponderEliminar

Vistas de página en total