Hipnosis

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viernes, marzo 21, 2014
Sus dedos largos de pianista acariciaron las paredes vacías.
Abrochó el último botón de su chaqueta y sin mirar atrás, salió de la estancia y cerró la puerta.
Respiró profundamente y miró al frente, un largo camino que recorrer. Otro camino, nuevo, lleno de posibilidades.
Cuánto le gustaba empezar de cero, esperar a que la vida trajese novedades para desenvolverlas como cuando era un niño y abría un regalo. A día de hoy, todavía le hacía ilusión abrir paquetes, aunque no fuesen regalos y supiera lo que había dentro.
Desenvolver secretos era su especialidad. Nunca supo por qué, pero la gente tendía a contarle sus secretos y él los ponía en cajitas para después desenvolverlos, despacio, con la ilusión de un niño.
Guardaba esas cajitas como su tesoro más preciado, tenía cajas de todos los tamaños y colores, algunas llenas de polvo, por todo el tiempo que llevaban guardadas.
No todos los secretos se desenvuelven fácilmente, pero si algo le caracterizaba, era su paciencia.
Avanzó como un caracol, siempre con la casa a cuestas, despacio, saboreando el camino, degustando cada momento vivido.
Se sentó en aquel taxi amarillo e indicó al conductor que le llevase al aeropuerto, estaba nervioso, nunca estuvo seguro de si lo vivido era un fracaso o una victoria, vivía en la línea. Le gustaban los límites, andar sobre la cuerda.
Nunca le gustaron los aeropuertos, olían a despedida y a pérdida, pero este también le olió a esperanza y le supo a reencuentro.
Dejó sus maletas junto a uno de esos nada cómodos asientos del aeropuerto y se dispuso a leer, cuando una señora de avanzada edad se sentó a su lado y le miró.
Los ojos de esa señora se le clavaron en el cerebro y en el alma, y supo que coleccionaría un secreto nuevo. Le devolvió la mirada y sonrió, esperando a que empezase a hablar. Pero no dijo nada.
Ella le devolvió la sonrisa, cogió su mano y la apretó entre las suyas. Después se levantó y se fue.
No entendió nada, pero nunca fue capaz de olvidar aquel momento. Solo el tacto de sus manos le transmitió tantas cosas, que supo, que aun sin hablar, aquella señora había abierto todas sus cajas y le había robado todos sus secretos. 
Y por una vez, con la mente en blanco, se sintió libre.

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La espina

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domingo, marzo 16, 2014
Llevo todo el día pensando en qué escribir, porque tengo algo dentro y no sale. Y cuando eso pasa pinto, pero aquí no puedo pintar y tampoco me apetece. Entonces pienso en la cámara, pero está lloviendo y cuando llueve me pasa esto, que tengo algo dentro y no sale.
Y entro en un bucle, un bucle en el que no puedo crear y tengo todo dentro, tan dentro que no sé dónde está y no puedo sacarlo.
Intento bucear dentro de mí, y me pierdo. Porque cuando tu mundo interior es intenso, es inmenso... hay días, días de lluvia, en los que no sabes qué hacer con él, y naufragas.
Y ahí estás tú, dando vueltas, sin saber cómo sacarte eso de ahí. No estás triste, pero no sabes qué te pasa, y lo que realmente pasa es que tienes algo dentro y no sale.
Conduces y escuchas música, música antigua que sabes que te llena y te hace sonreír y llorar a la vez (de los mejores sentimientos que se pueden tener) y música nueva, que te lleva a otro punto, a sonreír, a disfrutar. E intentas llegar con tu barco a otro puerto, porque el ser creativo es abstracto, y no sabes por donde te va a salir. Pero naufragas, y entonces escribes sin sentido. Porque lo tienes clavado, y no sale.

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