Títeres

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jueves, diciembre 28, 2017
Cuando notó que su vacío se deshacía, 
que su velo se destapaba, 
que sus entrañas despertaban, 
se sintió extraño.

Extraño por llevar años siendo un autómata que movía un cuerpo, 
extraño por abrir los ojos, 
por destrenzar las pestañas.

La anestesia desaparecía poco a poco, 
salía por cada poro, 
en cada exhalación,
cada risa,
cada lágrima.
 
Cada día dolía intensamente 
y le gustaba.

El dolor de estar vivo.


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Morfina

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sábado, octubre 07, 2017
Quiero que alguien me quiera hasta que le duela.

Pero que le duela bonito, 
de eso que miras a la otra persona y te quema por dentro, 
no de ese dolor que te estruja el corazón y no te deja respirar.

Que no sea dolor de necesidad si no de querer, 
porque la necesidad duele hasta que ahoga 
y el querer solo hace las cosas auténticas.´

El dolor de querer no es dolor, 
porque el amor de verdad nunca duele, 
nunca ahoga, 
ni tampoco golpea,
ni mata, 
ni posee.

Quizás duele el precipicio de pensarte sin esa persona
a quien no necesitas pero sí quieres a tu lado,
porque te hace más libre y más tú.
Con todo lo libre y lo tú que has sido siempre.

Pero los precipicios son vida,
y a veces pasan.

Y nos ponemos paracaídas.

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De como nos perdimos sin querer

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domingo, septiembre 17, 2017
Me mutilo, me mutilas, me mutilan.
Nos mutilamos.
Me borro y me reseteo para ti.

Me enseñaron a coserme la boca para no molestar.
A guardarme mis ideas, 
a cortarme las alas para que no tuvieras que hacerlo tú.
Me enseñaron a desquererme,
a intentar complacerte bajo cualquier concepto,
a olvidarme de mí.

A pintarme de gris,
a vaciarme de mi esencia 
y a hacer esfuerzos sobrehumanos para ser la perfección hecha MUJER.
Pero a ti nadie te preguntó si querías la mujer perfecta, 
cómo eres tú no se lo plantea nadie, 
nadie quiere saber lo que tú quieres.

Y yo me odio 
por no ser lo que me enseñaron que tenía que ser para ti;
y tú dejas de quererme
porque no soy yo,
porque perdí mi esencia, 
porque ni naranja entera
ni media, 
ni siquiera un cuarto.

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Rituales

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lunes, septiembre 04, 2017
En cuestión de segundos se le quitaron las tiritas y se le abrieron los puntos, pero no sangró, solo dolía. 

Dolía como si un cuchillo afilado desgarrase despacio cada una de esas cicatrices. Dolía respirar cada vez que el aire entraba o salía. Dolía y parecía que se asfixiaba. 

En cuestión de minutos dejó de doler. Las heridas abiertas latían en su cabeza como martillazos, pero no dolía. Intentó llamar a la costurera pero no pudo, y se remendó las costuras como ella sabía. No era una pieza rota, nunca más, nunca lo fue, nunca lo quiso.

Cogió el bastón y siguió dando palos de ciego hacia adelante, haciendo lo que mejor sabía hacer, recomponerse. Empezar, empezar, empezar.

Comenzar de cero, una de sus mayores habilidades y debilidades. 

Pensó en volar, en ser invisible, en la máquina del tiempo, en soplar velas sin cumpleaños, en la nieve en invierno.

Mientras terminaba de dar los últimos puntos a sus heridas de guerra.

Una última lágrima con la primera sonrisa.

Paz.

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